La Caída De Salvador

Publicado: 2010/11/04 en Uncategorized

OBS !! Esta informacion proviene de un extenso trabajo de Roberto Ampuero «LOS AÑOS VERDE OLIVO» Ampuero conocido por su traicion a nuestros hermanos Cubanos ,Traicion a nuestro pueblo trabajando con el enemigo (La Oficina ,Ani,Marcelo Schilling,Oscar Carpenter y muchos otros mas) Ampuero, La Oficina y Otros han entregado valiosa informacion del «FPMR» a los aparatos de inteligencia chilena, Pese a su contenido nos parece importante el contenido historico, No olvidar que este trabajo proviene del enemigo !! Para una mayor credibilidad de lo ocurrido en aquellos tiempos leer el libro de Luis Rojas Nuñez.. «De la revelión popular a lasublevacion imaginada»

 

 

Galvarino Apablaza detenido en Buenos Aires

Fue una ironía del destino. Eran pasadas las 20 horas del lunes 29 de noviembre del 2004, cuando Héctor Daniel Mondaca había salido en su Nissan Pathfinder verde desde estacionamiento de la espaciosa casa que habitaba en la localidad de Moreno, distante unos 40 kilómetros de Buenos Aires.

La luz se retiraba con rapidez del cielo argentino cuando súbitamente varios vehículos policiales lo interceptaron, obligándolo a detenerse. Pensó que lo iban a secuestrar. Nada raro, considerando el lugar donde vivía. Pero no se entregaría sin dar la pelea. Frenó, echó marcha atrás y chocó a un Fiat Palio gris, tratando de huir. Mientras se bajaba con rapidez para salir corriendo, escuchó unos gritos: «¡Apablaza, Apablaza!».

«Sí, soy yo el que buscan», contestó mientras se detenía con resignación y era tumbado en el suelo por varias decenas de policías.

Mientras le cubrían la cara con su propia polera, dos certezas se instalaron en su mente: ya no podría ir a buscar a su mujer, Paula Chaín, como era su intención. Y que a partir de ese minuto Héctor Mondaca había muerto. Ahora volvía a responder a su verdadero nombre: Galvarino Sergio Apablaza Guerra o el «comandante Salvador», el máximo líder del Frente Patriótico Manuel Rodríguez.

No pasó mucho rato antes de que La Moneda se diera por notificada del hecho. Alertado por este hecho, el ministro José Miguel Insulza se comunicó con su par trasandino, Aníbal Fernández, para interiorizarse de los detalles de la captura, cuyos preparativos y desarrollo el gobierno ignoraba por completo.

Si La Moneda no sabía que la detención de Apablaza se venía cocinando hacía tiempo, Investigaciones veía en la «Operación Cordillera» la culminación de un trabajo de varios meses. Las primeras investigaciones sobre Apablaza y sus relaciones con el FPMR realizadas por la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) de Argentina, se remontaban a octubre de 1998. Cuando este año aparecieron los primeros indicios de que se encontraba radicado en el vecino país, la Brigada de Inteligencia Policial Metropolitana comenzó a intercambiar información con su similar argentina para verificar si Mondaca y Apablaza eran la misma persona. La Unidad de Investigación Antiterrorista de la Policía Federal argentina comenzó reuniendo todos los antecedentes del «alter ego» de Galvarino Apablaza.

Héctor Daniel Mondaca había nacido en Posada Misiones, Argentina, el 21 de mayo de 1954. Tenía su correspondiente cédula de identidad y pasaporte, y la Jefatura Nacional de Extranjería contaba en sus registros con dos salidas suyas desde el país, ambas en dirección a Chile: el 23 de diciembre de 1998, por el paso Puesco, y el 31 de enero de 1999, por el control fronterizo de Icalma, ambos en la IX Región.

Fuentes del rodriguismo aseguraron que la última visita de Apablaza a Chile fue en enero y abril dl 2004: recorrió varias ciudades del país y mantuvo reuniones con dirigentes de su agrupación, denominada Identidad Rodriguista.

El 19 de octubre del 2004, la sección Huellas del Laboratorio de Criminalística Central realizó comparaciones dactiloscópicas del dígito pulgar derecho que había impreso en el pasaporte de Mondaca con una huella digital del mismo dedo de Apablaza obtenida sin que éste se percatara. El 26 de ese mes, el informe de Huellografía y Dactilografía n° 44 concluyó que ambas impresiones eran idénticas y correspondían al extremista chileno.

Para eliminar cualquier margen de error, el 22 de octubre se ofició a la sección Dibujo y Planimetría Forense del Laboratorio de Criminalística Central efectuar un procedimiento similar con la fotografía del pasaporte, cédula y certificados del ciudadano argentino, las que fueron contrastadas con una imagen del líder del FPMR.

El 5 de noviembre se informó que no se podía establecer fehacientemente que los sujetos correspondieran a la misma persona, «pero se reconoce un particular parecido en variados detalles, con lo que se puede concluir que ambas imágenes podrían corresponder al mismo sujeto».

Un dato relevante dice relación con el interés de la policía brasileña de constatar la posible participación de Apablaza en el secuestro del publicista Washington Olivetto, ocurrido en en ese pais el 2001 y en virtud de lo cual podrían solicitar su extradición a Brasil, afectando los intereses de la justicia chilena de trasladarlo a Santiago.

En esos mismos peritajes, se compararon las fotografías con un retrato descriptivo elaborado por la policía paulista. «Se informa que no se puede establecer fehacientemente que corresponden a la misma persona, pero por sus particulares semejanzas puede corresponder a la misma», concluyó el informe.

En la investigación, la policía se topó con un dato curioso: los tres hijos de la pareja formada por Apablaza con la periodista chilena Paula Chaín -dos mellizos de 10 años y una niña de 2- figuran como descendientes del también chileno Héctor Mondaca Fernández, nacido en Iquique el 28 de marzo de 1949 y domiciliado en Maipú, donde vive con su esposa, Inés Cecilia Guzmán, y cuatro hijos.

«¿Y era terrorista? ¿Un revolucionario? Mirá, vos». Para Eduardo, un taxista que más de una vez trabajó para la familia de «Salvador», la sorpresa fue grande. «Dejáme sentar… No lo puedo creer, che», suspira Estela, la modista que ocasionalmente recibía encargos del matrimonio que conoció como Mondaca-Chaín.

Enfrentados a la foto con la que la policía buscaba a Mondaca, a los residentes del barrio les cuesta creer que un hombre tan temido haya sido tan torpe como para no tratar de cambiar, más allá de su identidad, su apariencia.

Porque Apablaza estaba igual que la última vez que se lo fichó. Aunque su mujer dice que pasó por diversos «look» -pelado, sin bigotes, etc- el lunes de su detención lucía corpulento, melenudo y con un grueso mostacho. El entrenado guerrillero descuidó inexplicablemente su clandestinidad. Un error que lo convirtió en presa fácil para la policía.

También lo perjudicó su rutina, conocida por todos los lugareños. Los viajes para dejar y recoger a sus hijos en el colegio Da Vinci, en el centro de Moreno, eran diarios. Lo mismo que el cuidado de la otra propiedad que, al igual que aquella donde residía, alcanza tasaciones de 200 mil pesos argentinos (US$70 mil).

Los Mondaca-Chaín eran periodistas, o al menos eso le decían a quien quisiera saber. Y agregaban que trabajaban «free-lance». Por eso en el barrio no extrañaba que en la casa quinta -bautizada San José y custodiada por cuatro perros policiales- hubiera una pieza de computación donde Apablaza Guerra pasaba gran parte del día, trabajando o ayudando a los niños con las tareas, mientras su mujer viajaba a «laburar» a la capital.

No eran los únicos aspectos que descuidó. Apenas un metro fuera de su casa, en medio de la basura, varios antecedentes evidencian el pasado de un hombre que claramente no nació en Misiones. Botellas vacías de gaseosa, aguardiente del campus Antumapu de la U y ron Havanna Vieja hablan del hibridaje de un chileno y con formación en las FAR cubanas.

Condición que confirman los papeles que hay ahí: dibujos de sus hijos se mezclan con la reveladora carta de un hermano de «Salvador». El documento, manuscrito y sin fecha, parte por relatar el quehacer de su hermano Pepe «en este país de mierda en que vivimos» (Chile). Le cuenta de la salud de su familia y agrega «ahora que he juntado algunas cosas para mandarte, hemos reflexionado de tantas cosas que vivimos juntos y de cuánto te echamos de menos; tal vez la sensibilidad se hace más patente cuando el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos».

A continuación, y a raíz de un problema de salud de su hijo, le pregunta: «¿Como se maneja tu relación con la isla?»(Cuba), añadiendo que «si puedes consultar esto sin que te cause problemas, por supuesto, o no te vayas a sentir presionado, si las cosas se pueden, se pueden no más». La carta finaliza con un «tal vez esta es la petición más grande que te han hecho» y se despide con «un gran abrazo de tu hermano que te quiere y extraña, cuídense y ya nos veremos más temprano que tarde. Pepe».

El mentado Pepe -José Apablaza Guerra- fue precisamente el hermano que «Salvador» contactó para tratar de hacer llegar sus antecedentes, de prisión política y tortura tras el 11 de septiembre de 1973, a la Comisión Valech, así como para averiguar su situación legal en Chile a través del abogado Jorge Silhi. Paralelamente, tramitaba su petición de asilo político en Argentina con la Liga de Derechos Humanos local, la cual estaba enterada hace años de su clandestinidad.

Las averiguaciones legales y el descuido de su seguridad podrían indicar que Apablaza quería dejar la clandestinidad. También lo sugiere su situación económica, que no se lograba afirmar debido a que no tenía papeles que le permitieran ejercer algún oficio.

En el municipio de Moreno, Mondaca no registraba actividad comercial. El colegio de sus hijos, si bien es privado, tiene una mensualidad que bordea los $100 argentinos. La cifra es menor que el colegio Bilingüe Jefferson, donde los tuvo antes, y casi un tercio de lo que cuesta el Bartolomé Mitre Day School, ubicado en la esquina de su casa y donde inscribió a los mellizos apenas llegó a la ciudad.

La 4×4 en que fue detenido no era de última generación. Hace tiempo presentaba problemas de arranque, obligándolos a veces a solicitar un servicio de taxis y comentarles a sus cercanos que la querían cambiar, pero que aún no tenían con qué.

Hasta que decidió averiguar de su situación en Chile y declarar ante la Comisión Valech, a fines de 2003, Apablaza Guerra vivió desconectado de su familia. Estuvo clandestino en 1984, cuando murió su padre y no pudo asistir al funeral. Según su mujer, desde entonces no ve a su madre y sus hijos tampoco conocen el tronco paternal.

A quienes sí visitó más de una vez con su falsa identidad fue a la parentela de su esposa, los Chaín Ananía, quienes viven en Temuco y que retribuyeron las visitas con sendos viajes a la Argentina. De hecho, al momento de la detención, los padres de Paula estaban en Moreno. Habían venido a celebrar el cumpleaños de los mellizos el sábado 20 de noviembre y de la nieta menor, el 27.

Para Galvarino Apablaza Guerra eran días de fiesta. En su computador diseñó unos mapas con la ubicación de su casa, y los que no terminaron en las bolsas de basura, los repartió entre los niños que fueron a la celebración.

Pese a que Apablaza niega su participación en los delitos que se le imputan, el senador de la UDI, Andrés Chadwick afirma que «está comprobado en el proceso que el asesinato de Jaime Guzmán lo cometió el FPMR-Autónomo, cuya jefatura en ese momento la ejercía Galvarino Apablaza. Por lo tanto, su detención ayudará a aclarar las autorías intelectuales, ya que las materiales están archicomprobadas».

El Día Que Caí Preso

Poco después de ser detenido, y desde la propia cárcel, «Salvador» entrego un pormenorizado detalle de su captura para el semanario chileno «Punto Final».

Lunes 29 de noviembre del 2004. 20 horas, estaba oscureciendo y me dirijo a buscar a Paula que regresaba a casa luego de su jornada laboral. Ni siquiera me cambié de ropa: un short, zapatillas y polera, son mi único vestuario.

Avanzo por Ruta 7, a una hora de bastante tránsito y estando a 500 metros de la entrada del pueblo donde me espera mi mujer, veo desde el frente un vehículo blanco que a la distancia comienza lentamente a cruzar el eje de la calzada hacia mí. En primera instancia, me da la impresión de que se trata de un conductor en mal estado, reduzco la velocidad y en un momento me detengo a unos dos metros del vehículo, del cual desde el asiento del acompañante del conductor sale un sujeto bien vestido de traje y corbata, un poco escuálido, con un arma en la mano y corriendo.

De inmediato pienso que se trata de un secuestro, actividad común en esta zona de acuerdo a la visión de la prensa.

El grito de policía no es suficiente para desechar esta posibilidad, pongo marcha atrás e intento salir a toda velocidad. Veo al sujeto que me apunta a no más de un metro de distancia por la izquierda de mi vehículo, siento un fuerte en impacto en la parte de atrás y entiendo que, o alguien me chocó o yo choqué a alguien. Intento salir hacia adelante pues se había abierto una brecha con la camioneta que me bloqueaba el paso, pero el espectáculo era definitivo: alguien sujetaba mi cuello y una pistola se apoyaba en mi cabeza.

Miro hacia adelante y veo que estoy rodeado. A mi izquierda tengo dos sujetos, dos al centro y dos a la derecha, apuntando sus fusiles de asalto sobre la parte superior de mi cuerpo, cubiertos sus rostros con máscaras y en completa tenida de combate. Los haces de luz infrarroja de sus armas cubrían mi cuerpo y sólo nos separaba el débil cristal del vehículo. Sólo en ese minuto deseché la idea del secuestro y volvió rápidamente a mi mente el fantasma fascista.

Gritos por doquier, «¡quieto, levanta las manos, no te movás! ¡Busquen el fierro, no hablés ¿andás armado?» No sé a qué atenerme por lo contradictorio de las órdenes, al final opto por permanecer inmóvil, con el brazo izquierdo sujeto por detrás de la cabeza y pegado a la oreja y la mano derecha sobre la palanca de cambio que aún estaba en primera y con el motor en marcha. Estaba seguro que un movimiento en falso podía conducir a un incidente fatal.

Como es mi costumbre usaba el cinto de seguridad, me esposaron y un sujeto vestido de civil con su mano me golpea el rostro. Cuando pretenden bajarme se dan cuenta que el cinto impedía mi salida por tanto me liberan un segundo para desatármelo. Ya fuera de mi vehículo sabía muy bien de qué se trataba y en el fondo, me invadió una suerte de alivio -pues a pesar de lo difícil de la situación- pensé que podía ser el inicio del fin de una larga pesadilla. A lo orilla del camino, con las esposas hundiéndose en mis muñecas me paran al costado del vehiculo, veo como mi camioneta es revisada de manera exhaustiva, y miro por todos lados buscando a Paula que casi de manera obligatoria tenía que pasar por ahí a esa hora. De todos modos, tenía la seguridad de que más de algún vecino iba a ver todo y me reconocería de inmediato. Mi mente durante segundos recorre pasajes de mis afectos.

Me atormentaba la idea de que llegaran a casa antes que mi compañera y encontraran a mis suegros e hijos solos y no por el hecho que se enteraran de mi detención sino por la causa de la misma, pues hasta ese momento había sido el secreto mejor guardado y desconocían absolutamente mi realidad. Incluso al otro día ya debían haber emprendido el regreso a Chile luego de pasar unas semanas con nosotros por el cumpleaños de los niños.

Me embargaba un sentimiento de deslealtad que no estaba en condiciones de explicar pero de una u otra u forma, sentía haber traicionado la confianza y el aprecio que me habían brindado todos estos años. Esto mismo se repetía hacia todos los amigos que veía con frecuencia y que se habían transformado -a pesar de la diversidad de pensamientos e historias- en una suerte de pequeña familia. ¿Hasta dónde comprenderían y entenderían mi verdadera realidad?

De vez en cuando mis reflexiones eran interrumpidas por uno que otro diálogo con los captores. Uno de ellos se acerca y me dice: así que Apablaza ¿no?» -Sí, así mismo, fue mi respuesta. Se establece un diálogo más distendido, aparece el sujeto a cargo del operativo y me dice: «¿Todo bien? Sí, le digo a excepción del golpe que me dieron. «¿Duele?», me dice. No. «Pero la moral sí», agrega y se retira.

Escucho celulares y radios por todos lados, informando del éxito de la operación. Me leen mis derechos y en mi afán por divisar a mi compañera por algún lado veo en su plenitud la magnitud de la cacería, a lo menos cuento cinco vehículos civiles y un furgón con las siglas Geof; cuatro sujetos a cargo de mi vigilancia y unos cinco haciendo una exhaustiva revisión de mi vehículo, levantando alfombras e inspeccionando hasta la última cajuela. Otro con cámara en mano filmando todo y varios sacando fotos con cámaras digitales, además de una veintena de civiles de un lado a otro.

A ambos lados de la ruta, los curiosos vecinos comienzan a aparecer en los portales de sus casas, la tensión inicial comienza a desaparecer, hay amenaza de tormenta, y la noche se empieza a iluminar con una serie de relámpagos. Caen las primeras gotas, de vez en cuando me van a consultar cómo se arranca la camioneta pues tiene un dispositivo de corte.

Al rato que cómo se cierran las ventanillas y luego que el motor no arranca. En principio no sé la razón pero me doy cuenta y les informo que hay que mantener presionado el embrague. En mi interior pienso ¿cómo es posible que frente a tamaño despliegue de recursos, no estén en condiciones de arrancar un vehiculo?

Pienso en mi madre, hermanos e hijas. Por uno y otro lado, comenzaremos a conocer las familias. Mi madre sabrá que tiene nuevos nietos, sus hermanas, otros hermanos y yo podré conocer sobrinos. Claro hay afectos que ya no estarán y obviamente pienso en mi padre, pero creo que de una u otra forma está presente, como en todos estos años.

Converso con mis custodios y en el fondo me tratan de demostrar su eficiencia o bien mi torpeza. «Tenés lindos perros y están adiestrados». Sólo me sacan una sonrisa ¿y las cámaras de seguridad funcionan? Obvio. «Te movés poco y sólo por la zona y nunca mirás para atrás. Por suerte te tomamos hoy porque o si no estábamos obligados a entrar en tu casa y eso hubiera sido distinto». Me pregunto si tenían todos esos antecedentes ¿por qué este despliegue y no cuando llevaba o regresaba del colegio de mis hijos con la vianda para su almuerzo? ¿O en el supermecado, o cuando cortaba el pasto afuera de la casa o cuando los sábados jugaba alguna pichanguita?…

De vez en cuando me tapan la cara con una polera, hubiera sido mucho más simple si me metían dentro de un furgón o vehículo. En este tiempo interminable, se acerca un custodio y me dice: «ya conversamos con tu mujer». Como no les creí me dice: «Pasó por aquí». ¿Con quién andaba?», pregunto. «Parece que con una amiga», me dicen. «¿Cómo era?», insisto.

Me da un par de señas de ella y del vehículo en que andaba y digo es Myriam, y eso me da tranquilidad pues estoy convencido de que al saber la verdad, los problemas familiares que me angustian estarán bajo control. Además ella es de armas tomar a la hora de defender sus derechos.

Me conducen hacia la camioneta, la puerta de atrás está abierta a mi izquierda, un muchachón toma nota de la parte final de procedimiento en presencia de dos testigos que estaban muy nerviosos. Me toman la siguiente declaración: Nombre: Galvarino Sergio Apablaza Guerra, Edad: 54 años, Fecha de nacimiento… De pronto desde adentro de la camioneta se escucha una voz «espera, espera». Era quien filmaba. Se acabó la batería y se quedó sin luz la cámara. Vuelta atrás y comenzamos de nuevo. Fecha de nacimiento… Ocupación: REVOLUCIONARIO, se miran como poniendo en duda la profesión, pero continúan. Cédula de identidad… ni idea.

A cada una de mis respuestas, la antecede un breve silencio, después de tantos años de ser Pedro, Juan y Diego, se me hace difícil volver a ser Apablaza. Incluso hasta me suena medio raro, pienso y digo ¡putas que me han quitado cosas!. Hasta me cuesta saber quién soy, pero en el fondo me siento afortunado: tengo una familia que amo y me ama, tengo amigos -muy pocos- pero en estos días y a pesar de sorprenderse de esta situación, han demostrado un coraje y dignidad increíbles brindándome toda su solidaridad y apoyo.

Pienso con nostalgia, tristeza e impotencia en grandes compañeros y amigos del ayer y que no tuvieron ninguna oportunidad, vienen a mi mente Manuel Guerrero y José Manuel Parada, salvajemente torturados y degollados por las fuerzas de seguridad. Con el primero compartí largas jornadas de trabajo voluntario en un canal de regadío para pequeños campesinos en la zona de Rengo por allá por el año 1972. Incluso en la inauguración de esta obra estuvieron presentes el general Prats y Víctor Jara.

José Manuel fue la primera visita que recibí en el campo de prisioneros de Puchuncaví, como delegado del Comité Pro Paz y realizó variadas gestiones por mi liberación. Imposible sacar de mi mente a un entrañable, como el «Chico» Raúl Pellegrín, con quien recorrimos juntos quizás la parte más dura de nuestras vidas y qué hablar del «Huevo», Roberto Nordenflytch, quien murió en Tobalaba, siempre tan compuestito y preocupado por su figura, pero con una nobleza y lealtad a toda prueba.

Al término de la declaración se hace un inventario de mis pertenencias: Una billetera de cuero con una cédula de identidad a nombre de Héctor Daniel Mondaca numero 18792512, registro de conducción al mismo nombre, 115 dólares americanos, 100 pesos argentinos y a firmar se ha dicho. Es un gran problema porque no sé cómo hacerlo, pero no es hora de ponerse riguroso: estoy detenido y lo que menos importa es eso, así que un par de mamarrachos es más que suficiente.

Firman los testigos y me devuelven a mi posición original, parado tras un vehículo. Llueve copiosamente, pienso esto le va hacer bien a las plantas… ¿y quién mierda se va a comer los tomates que plante en la finca en un tiempo más?

Otra vez la prensa y a taparme la cabeza. No tengo dudas entonces de que hay interés en mostrar el trofeo. A las 22 horas nos ponemos en marcha, me suben a un vehículo pequeño, chofer y acompañante, voy sentado esposado atrás al centro de entre dos custodios. Siento que las esposas me rompen las muñecas, pienso que no les voy a dar el gusto y no hago ni una queja. Orgullo es lo que sobra en estos casos o bien lo único que queda. ¿Cómo vamos?, pregunta el conductor. Por los handy se escucha sándwich. Pienso seguro que yo soy el jamón. Está sintonizada una emisora de radio obvio que es la derechista Radio 10 y pienso «encima tengo que escuchar esta basura», yo acostumbrado a la 2×4 a puro tango, escuchando muy temprano al periodista Horacio Embón en programa El Francotirador. Que nadie piense mal, es un programa periodístico.

Sale una camioneta baliza al techo, lo seguimos, a ambos lados otro vehiculo y cierra la columna otro. Los vehículos se desplazan con lentitud, los laterales en las bocacalles se adelantan para bloquear, observo a mí alrededor esas calles que hasta ayer y durante varios períodos me daban algo de tranquilidad. Pienso y digo «chao Moreno, gracias y la reputa que te parió».

Durante el viaje suenan celulares y handies con frecuencia para decir acercáte más o esperá. De pronto un llamado me pareció una felicitación a quien iba en el asiento del acompañante, un hombre con cara de bueno y tranquilo. Uno de mis custodios me pregunta ¿cómo estoy? Es un muchacho, seguramente era un niño cuando imperaba el terror en América Latina. Bien, le digo. En comparación con lo que había sido mi detención en dictadura cuando no se sabía si algún día saldría. «Pero ustedes hacían lo mismo» dicen. ¿Pero como no existe ni un solo caso de detenido-desaparecido o centro de torturas por parte de las organizaciones populares chilenas? Lo único que hicimos fue defendernos y resistir. Fin del diálogo.

Cerca de las 24 horas entro en la Unidad Antiterrorista que servirá de lugar de detención. Cruzamos una barrera con detección de armas, soy conducido al final de un pasillo y me ubican mirando la pared. Percibo a varias personas en un ambiente distendido. Luego me hacen pasar a una oficina con una gran mesa y un televisor. Sobre ella papeles y un tampón con tinta. Me explican que procederán a la identificación, me quitan las esposas y me dan unas fichas para llenar con mis datos personales, me dicen que espere un poco para que mis manos se recuperen de la presión de las esposas, son tres los funcionarios presentes y se genera un clima muy afable.

Me ofrecen agua y luego si quiero té o café, pido agua y café, que, por cierto, me lo brindan con amabilidad. Ocasionalmente, más de alguno me pregunta que dónde vivía en Chile, todo indica que se trata de un conocedor del país. A firmar y poner huellas se ha dicho. Ahí me di por enterado que había chocado un auto de ellos, naturalmente ellos en esos momentos daban una lectura distinta a mi intento de huida.

Luego sesión de fotos, el lugar no era apropiado por el fondo de sus paredes así que me llevan al pasillo principal y luego de frente y perfil. Me arreglo la polera y trato de poner mi mejor estampa. Ahora la dignidad es mi única arma. Me conducen a una celda y me dicen que estoy incomunicado hasta que me reciba el juez y que será temprano por la mañana. Una celda muy pequeña con una letrina al piso, un lavatorio y un camastro de concreto.

No hay colchón y nada con qué cubrirse. Gracias al desorden de mi hijo -que en otro momento le hubiera costado un reto- me acercan su chaqueta del colegio. Ya más tranquilo, se van acercando quienes participaron del operativo y otros. Creo que había un interés honesto de parte de ellos por conocer a este personaje «tan peligroso». Hablamos de parte de mi vida, familia y por cierto les interesaba conocer de mi vida combativa: Cuba, Fidel, Raúl, Nicaragua.

Sólo generalidades, se tragaron la historia del mito, la leyenda que muchas veces la prensa inventó y donde al lado mío, Bin Laden es una alpargata. Que si me había dado cuenta de que me tenían bajo control y por qué estaba tan confiado. Les dije que sí, que el control era evidente en los últimos días puntos fijos que hasta un ciego lo hubiera percibido. Una camioneta de Edenor casi en la puerta de la casa y otro vehículo en una intersección de las vías del tren, en aparente función de venta. En todo caso, ya tenía tomada una decisión, si bien es cierto no estaba dispuesto a entregarme. Tampoco a salir huyendo, más aún cuando ello sin lugar a dudas me separaría casi definitivamente de mis hijos y compañera.

Así que bueno un poco sea lo que Dios quiera. Me ofrecieron pizza y bebidas pero la situación no daba para bocado alguno. Me comunican que mi abogado estaba afuera y me acercan una nota de él, diciendo que al otro día nos veríamos en tribunales. Ya mi tranquilidad fue mayor.

Luego me sacan de la celda, otra vez esposas y me trasladan caminando a otro edificio dentro de la misma repartición policial. Nuevamente huellas y fichas pero sólo para registro de entrada. Otra celda y a dormir si es posible.

Ya eran las 4 de la mañana. Mi cabeza estaba a full. En silencio más de algún lagrimón cayó por mis hijos, mi compañera y toda mi familia que sería sorprendida por la noticia. Pero seguía muy convencido de la decisión que había tomado y ahora había que mirar hacia adelante y prepararme para este nuevo escenario y que, más allá del desenlace, comenzaba el inicio del fin de esta larga pesadilla. En algún momento la libertad tiene que llegar. Tengo salud, fuerza y muchas ganas de vivir.

Diez de la mañana a tribunales, gran despliegue, me conducen los mismos del operativo anterior ya casi con familiaridad. Ninguna hostilidad, voy en un furgón esposado y con tres custodios, afuera el sol pegaba fuerte. Les digo que en la primera conferencia de prensa que dé voy a reclamar por la falta de aire acondicionado.

En tribunales el trámite de rigor: huellas, revisión física y celda de incomunicación. Aquí las condiciones dejaban mucho que desear, en las paredes y el techo inscripciones que juran amor eterno a madres, hijos, esposas o novias y también a la Virgen y Cristo. Cerca del mediodía me conducen por unas escalinatas hacia la oficina del juez.

Al salir por un pasillo grande es mi sorpresa: mi compañera salta hacia mí, en su rostro hay mucha fuerza y confianza, también diviso a unos metros a Claudio Molina y su compañera, quien hace unos años había estado en situación similar a la mía, y de quien nada sabía. Gritos de saludo en señal de cariño y solidaridad, sólo atino a decir gracias por estar aquí.

En la sala del juez impera un ambiente cálido. El secretario le indica al personal de custodia que me saquen las esposas y me ofrece un asiento, me saluda y se presenta como el encargado de la causa y me explica que dicha comparecencia tiene como objetivo que el juez me notifique de mi detención y la calidad de ella, así como el lugar donde debo cumplirla.

Luego entra mi abogado, Rodolfo Yanzón, perteneciente a la Liga Argentina por los Derechos del Hombre. Brevemente me informa de los pasos que vienen y echamos un vistazo a la causa. De pronto entra el juez, se presenta y procede a notificarme, prisión preventiva a solicitud de la Corte de Apelaciones de Santiago bajo los cargos que ya han tenido amplia repercusión en la prensa. Me explica que la justicia chilena tiene 60 días para hacer efectivo el pedido de extradición y posteriormente, ellos tienen que decidir si es aceptada. Me levanta la incomunicación y deriva a un recinto de la Unidad Antiterrorista, regresando al mismo lugar desde adonde había pasado la noche. Para mi dicha, era día de visitas, así que a prepararse.

Los que serían mis compañeros, que llevan largos años de prisión, ya estaban al tanto de la llegada del nuevo y «siniestro» compañero que tendrían. de inmediato me brindan su afecto y solidaridad, que toallas, colchón, frazada, dispuestos a compartir lo poco y nada que tienen, preocupados por dar ánimo y confianza y hacer más llevadera nuestra convivencia.

Llega mi compañera y poco a poco mis grandes incertidumbres van dando paso a la sorpresa y la emoción. Mis suegros que partían ese día suspendían su viaje y ponían de manifiesto que ahora lo único importante era mi liberación. Mis hijos poco a poco irían conociendo quién era su padre y mis amigos, absolutamente todos, con una disposición total a hacer lo que fuera necesario e incluso creo que varios hasta gratamente sorprendidos. Sin ir más lejos en el momento mismo del operativo una gran amiga la va buscar, donde yo nunca llegué y nos ayuda junto a su esposo en esos primeros minutos en los cuales lo único que uno espera es una voz que diga aquí estoy para lo que sea.

Nunca imaginé que este hecho podría tener tal connotación y menos recibir tantas y variadas muestras de cariño y solidaridad. Sin duda es la consecuencia de los nuevos vientos que soplan en el Sur. Sólo lamento que se haya producido en un momento tan trascendente para la sociedad chilena, al hacerse público el informe sobre la tortura, pero al mismo tiempo tengo mucha confianza en que más allá de los esfuerzos mediáticos en que se pretende desviar la atención del problema central, la verdad se impondrá.

En ese sentido, puedo asegurar que las únicas manchas de sangre que tengo son las de mis torturas y la de tantos compatriotas asesinados, partiendo por el Presidente constitucional Salvador Allende, Miguel Enríquez, Víctor Díaz, los muertos de Lonquén, de la Operación Albania y de nuestros comandantes José Miguel y Tamara.

Que nadie se llame a engaño, yo sí puedo mirar a los ojos a mis hijos, cosa que no pueden hacer los Fernández, los Torres, los Novoa, los Rodríguez, los Jarpa, los Edwards y obviamente los Pinochet.

Dentro de pocas horas recibiré a mi madre. En estos 30 años una sola vez la vi fugazmente, luego vendrán mis hijas y hermanos. Estoy feliz y ansioso por este reencuentro. Una nueva vida comienza y como siempre, estaré junto a quienes piensan y luchan por un mundo mejor.

Galvarino Sergio Apablaza Guerra, «Salvador».

Juicio En Buenos Aires

Luego de su detención, Galvarino Apablaza permaneció recluido en la Unidad Antiterrorista de Buenos Aires, en espera de resolver su situación procesal.

A solo horas de ser detenido el gobierno chileno había procedido a solicitar a las autoridades argentinas su extradición, requiriéndolo entre otros casos por su presunta participación en la muerte del senador Jaime Guzman, y el secuestro de Cristian Edwards.

«Es una detención de extraordinaria importancia, por cuanto se trata de una persona que debería aportar antecedentes claves en el homicidio del senador Guzmán, sobre todo en lo que dice relación con la orden de asesinarlo. La decisión de matarlo no fue tomada por sus ejecutores, sino por una organización de carácter militar con un mando, en el cual Apablaza ocupaba el puesto más importante», señaló el abogado de la Udi, Nurieldín Hermosilla, tras interiorizarse de los detalles de la captura.

Lo cierto es que Apablaza se enteró que estaba acusado de la muerte de Guzmán y del secuestro de Cristian Edwards después de su detención en Buenos Aires, ya que ambas causas estaban jurídicamente resueltas. Apablaza había sido juzgado en ausencia y se había establecido que el ex guerrillero no había tenido participación en los hechos.

«Él no tiene responsabilidad penal en los crímenes de Guzmán y Edwards. Está procesado sin haber declarado. Por eso sostengo que Salvador ya está juzgado en Chile. Hay una jauría esperándolo. Y en eso ha sido cómplice la prensa. Yo creo que Salvador no tiene participación en eso», afirmo su esposa, la periodista chilena Paula Chain.

Egresada de la Universidad Católica, y con estudios en The Grange School, Chaín es desde hace nueve años la esposa de Galvarino Apablaza y desde un comienzo lidero la formación de una red de apoyo para la causa de asilo político que el padre de sus hijos pidió al gobierno argentino. En sus gestiones la acompañaron el abogado chileno Carlos Margotta y el argentino Rodolfo Yanzón, quienes junto a los ex frentistas Vasily Carrillo y Claudio Molina integraban la red política y jurídica más cercana a Chaín, la mujer que tras la detención de «Salvador» debió explicarles a sus hijos quién era su padre.

«Mi esposo ha dicho que el Frente fue en un contexto determinado, en una época determinada. Y la época actual no es para el Frente. Y no se pueden plantear acciones políticas como las que se hacían en esa época. Cuando el estuvo en Chile trato de reinsertarse, pero no pudo. Ahora, hemos pensado en una campaña de solidaridad para parar este intento del gobierno chileno de llevarse a Salvador como presa de guerra. Nosotros queremos seguir viviendo acá. Salvador tiene sus ideales, derechos y ganas de participar en política también. Yo no estoy de acuerdo en que lo de el sea terrorismo. Para mí el único terrorismo es el de Estado que ejerció Pinochet», sentenció Chain.

Lo cierto es que esta solicitud de extradición fue rechazada desde un principio por organismos humanitarios, abogados y buena parte de la sociedad argentina. Por ello, numerosas entidades, tanto chilenas como argentinas, comenzaron una campaña en apoyo al «comandante Salvador».

Es así como el 4 de diciembre del 2004, organizaciones de derechos humanos de argentina, entre ellas las Abuelas de Plaza de Mayo, la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos y la Liga por los Derechos del Hombre, reclamaron públicamente para que el estado argentino concediera a Apablaza Guerra el estatus de refugiado político.

En tanto desde la cárcel, «Salvador» comenzaba también su propia defensa; «En este momento mi situación es una detención preventiva, por un encargo de la Corte de Apelaciones de Chile. No tuve ninguna participación en los casos Guzmán y Edwards. No tuve nada que ver. Soy inocente y a pesar de ser inocente de esos cargos que se me imputan, espero no ser juzgado en Chile. Hay un contexto político en el cual se dan esos hechos, que de una u otra forma invalidan toda presunción de culpabilidad. El Frente estaba en un proceso de dispersión muy grande. Yo no podía ser responsable de todo lo que sucedía ni de todos los hechos -que eran muchos-, y que no tenían que ver con decisiones políticas».

Además afirmó que «detrás de esto está un juicio a mi historia, está un juicio político a la organización a la cual yo pertenecí, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que enfrentó a la dictadura en todos los terrenos, e hizo uso de la violencia ante un régimen que hoy más que nunca el mundo comprende, es la esencia del terrorismo de Estado. Yo he sido una víctima por 30 años de violación sistemática de mis derechos, ¿qué confianza puedo tener yo de que a esta altura de la vida se me van a respetar?».

También desde Chile, su madre Luisa Guerra de 83 años, hizo un llamado a través de una carta publica para obtener el apoyo de la comunidad internacional hacia su hijo; «Por la presente pido la solidaridad de toda la comunidad internacional y de los organismos de Derechos Humanos del mundo para con mi hijo Sergio Galvarino Apablaza Guerra, más conocido como Comandante Salvador, último jefe del Frente Patriótico chileno Manuel Rodríguez que luchó fieramente contra la dictadura de Augusto Pinochet. El se encuentra detenido injustamentemente por dos causas en la que fue declarado rebelde porque no se presentó por falta de la mínima garantías para su justo proceso. Hoy el gobierno del presidente Lagos pide su extradición. Mi hijo pide refugio político en la Argentina donde vive hace más de diez años. Y nosotros sus familiares lo apoyamos. Necesitamos reunir fuerza con vuestro apoyo para enviarlas al presidente Kirchner ya que debe decidir la situación de mi hijo, enfrentado a grandes presiones».

Amigos y ex compañeros también manifestaron su adhesión a la causa de «Salvador». Vasily Carrillo, su ex camarada de armas, y quien había conocido a Apablaza en Cuba a comienzos de la década de los ochenta, arribó a la capital argentina a comienzos de diciembre de ese año, con el fin de apoyarlo; «Nos llama la atención que éste fue un operativo que se venía preparando hace mucho tiempo por parte de la policía chilena con la argentina y nos llama también la atención que esto se desarrolle justo cuando ha salido a la luz pública el informe sobre Prisión Política y Tortura «.

Tanto Carrillo, como Claudio Molina Donoso, otro ex integrante del FPMR, refugiado desde el 2001 en Argentina, se convertirían en importantes pilares para la masiva campaña en apoyo a «Salvador».

«En Chile no podría haber un juicio justo si hasta el día de hoy no existe la democracia, y eso no lo digo yo, lo dice hasta el mismísimo Presidente Ricardo Lagos. Aún hoy estamos en transición a la democracia», sostuvo Molina Donoso.

Luego de algunos meses de detención, la hora de la verdad para Galvarino Apablaza llegaría el lunes 27 de junio del 2005, cuando se dio inicio a la primera de las tres audiencias que determinarían si el ex numero uno del FPMR seria deportado a Chile para enfrentar a la justicia por los casos Guzmán y Edwards.

En su primera intervención en el juicio, Apablaza dijo ser «víctima de una persecución del Estado chileno». La instancia a cargo del juez Claudio Bonadío, escuchó la presentación de los abogados Gustavo Gene, por parte del Estado chileno, que pidió la extradición, y de Rodolfo Yanzón, defensor de Apablaza.

Apablaza, el primero en subir a la testera del tribunal oral trasandino, planteó que su «único delito» fue oponerse a la dictadura del general Augusto Pinochet y subrayó que «quienes hicieron desaparecer a mis compañeros y los torturaron son los mismos que piden mi juzgamiento. Es la primera vez que puedo defenderme en un juicio, mi único delito fue pensar y oponerme a la dictadura. Espero que sea el principio del fin de una pesadilla».

Expreso luego que el proceso que enfrentaba «no es más que el resultado de un proceso de persecución política que se prolonga ya por más de 30 años, obligándome a vivir de manera clandestina e ilegal, como condición indispensable para mi sobrevivencia y la de mi familia».

Con respecto a los cargos de autoría de los dos hechos por los que se acusa a «Salvador», su abogado Rodolfo Yanzón alegó que «no existen pruebas fehacientes que involucren a Galvarino Aplabaza en la autoría de los hechos. Más específicamente, un libro escrito por un policía chileno miembro de la Udi (el ex detective Jorge Barraza), confirma que los hechos ocurrieron a espaldas de la dirección del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Ambos delitos se encuentran prescritos a pesar de la interpretación del Estado chileno que computa dos días por cada uno de los establecidos en la condena por hallarse el acusado ausente, es decir fuera del país. La declaración del líder mapuche Juan Antonio Painecura, que asegura haberlo visto en Chile en 2003, así lo demuestra. No se puede demostrar por lo tanto, la ausencia de Salvador durante todos esos años, al menos hasta el año 2003».

Dos días mas tarde, en la última de las audiencias, «Salvador» en medio de un extenso discurso argumento ante el juez Bonadio; «Mi vida la he dedicado a la lucha por un mundo más justo y moralmente no existía otro camino. Lo hice primero, desde las filas del Partido Comunista de Chile y luego, desde el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, donde aporté mis mejores esfuerzos para conquistar la libertad de mi pueblo. Los hechos en los cuales se me intenta imputar, ocurrieron en un contexto, en el cual mi organización se encontraba seriamente debilitada. El alto costo pagado por la lucha antidictatorial se hacía presente y su principal dirigente Raúl Pellegrin, con sus jóvenes 30 años había sido asesinado recientemente por las fuerzas policiales. Hasta hoy su crimen -y el de nuestra comandante Tamara- permanecen impune. Bajo este cuadro, centenares de combatientes nos vimos obligados -por nuestra sobrevivencia y la de nuestras familias que nos acompañan en este dolor- a vivir como ilegales y clandestinos. Me honra haber sido parte de una generación que soñó e intentó transitar hacia un mundo de justicia y libertad.

Sr. Juez, le puedo asegurar que en este largo andar, las únicas cicatrices y manchas de sangre que tengo son las de mis torturas y la de los miles de compatriotas asesinados por la dictadura, para los cuales la justicia aún parece muy lejana».

La sentencia que sellaría la suerte definitiva del «comandante Salvador» llegó el 5 de julio. Ese día, en un contundente fallo el juez Bonadío rechazo la petición de extradición del gobierno chileno bajo la tesis de que en Chile no estaban dadas las condiciones para realizar un juicio justo al ex frentista, debido a que todavía existían en el país una serie de enclaves antidemocráticos. Bonadío consideró que el ministro Hugo Dolmestch incurrió en un prejuzgamiento de Apablaza al procesarlo cuando fue detenido en Argentina, sin siquiera tomarle una declaración; «Se le sometió a proceso en ausencia, sin que un abogado tuviera la posibilidad de rebatir los argumentos que hicieron en su contra», sentencio Bonadio.

La decisión del juez argentino permitió que Galvarino Apablaza Guerra, recuperara al anochecer de ese día su tan anhelada libertad.

«Salvador» al ser liberado

Al salir de la cárcel, el ex numero uno del FPMR, era esperado por un considerable número de amigos y familiares. Emocionado y ondeando una bandera del Frente, «Salvador» declaró a radio Cooperativa; «Uno siempre se puede arrepentir de muchas cosas, pero nunca de luchar…»

Su madre, que esperaba emocionada frente al recinto carcelario, declaro a la prensa; «Ha sido lo más maravilloso para mí. Ustedes comprenderán, soy una madre que tiene 83 años, que ha sufrido mucho, porque son 30 años en los cuales no lo vi. Esto es una nueva vida para mí, con los pocos años que me quedan».

A costa de algunos meses privado de su libertad, Galvarino Apablaza Guerra, el «comandante Salvador», recuperó su verdadera identidad, abrazó a su madre por primera vez en 30 años y pudo comenzar, finalmente, a contarle a sus hijos menores, nacidos en Argentina, su vida.

comentarios
  1. pedro martinez dice:

    saludos compañeros desde Venezuela muy interesante y profundo material el que e podido conocer estas horas y días de lectura solo agrego que abría que actualizar las ultimas informaciones de los combatientes solicitados en extradicion por los herederos de la dictadura en Chile

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